lunes, 12 de octubre de 2009

Kamikazes y karatekas




Hace ya un montón de años que mi admirado Ortega y Gasset nos ponía en sobre aviso; la pandemia del futuro, apuntaba el intelectual, es la masa, ni hulkiana ni alimenticia, sino ese concepto heterógeneo y variopinto que engulle los más diversos estratos y perfiles de nuestra sociedad, del ayer, hoy y siempre. En el bombo cabe desde el módelo básico de choni getafense, el homo modernus gafapastil o incluso una servidora, a quien no sabría definir a estas alturas del show.

Hordas de personas cuya finalidad vital es deambular y corromper a su paso centros comerciales, cines, transportes, carreteras o lo que se tercie. Allá donde vayas, siempre habrá seres torpedeantes molestos que ensucian nuestras ciudades y las calles con su presencia.

Cualquier corredor de ciudad sabe bien de lo que hablo, zombies humanos asaltadores de aceras que convierten nuestros entrenamientos en auténticas y encarnizadas carreras de obstáculos. Parques que se encuentran atestados de acneicos amantes furtivos, abuelos pensionistas en busca del sol otoñal y perros sarnosos con sarnosos dueños a los que practicaría un happy ending de muy buena gana (no hablo de especialidades tailandesas, véase clínicas veterinarias y peluquerías caninas) que ponen en riesgo nuestras piernas bien sea por mordida o incluso por torcedura. No hablemos de los traviesos niños que surgen de los espesos matorrales cruzándose en el camino mientras las madres parlotean con alguna señora con mechas. No son las piedras del camino el verdadero peligro, sino nuestros congéneres humanos y perrunos los que ponen a prueba nuestros reflejos día sí y día también.

Yo soy corredora urbana, o sea, corredora kamikaze.

El corredor kamikaze está habituado al peligro y al riesgo de estampe continuo con trincheras humanas impenetrables. El corredor kamikaze es amplio conocedor de los puntos negros del asfalto y del adoquín, entre los que se cuentan atontadas personas que torpedean nuestra trayectoria. Y a su encuentro, mis piernas en algunas ocasiones, entornan un sútil movimiento karateka, pequeñas patadas voladoras que nos salven de un estrellamiento seguro al tiempo que espeto palabras malsonantes y lanzo rayos X con mis ojos. Pongo cara a mi enemigo en los anónimos transeúntes, lacra de calles y parques de mi ciudad...

...al grito de Banzai!!!