lunes, 16 de agosto de 2010

Miscelánea del corredor


Si alguna vez alcance cierta comodidad en esto de escribir, la extravié en los últimos meses debido a la falta de uso entre carreras y ajetreos varios. Carreras que como los trapos sucios, quedan en casa, lavándose en mi antitecnológica lavadora junto a los calcetines del Bikila y la muñequera del Decatlón.

Y así, mientras engullo un melocotón para purificar mi cuerpo tras 2 semanas hipercalóricas, rememoro nostálgica mis últimos movimientos, entrenamientos y estrenamientos.

Un buen día de abril, un Santa Claus sin barba deseoso de permanecer en el anonimato, me obsequió con unas flamantes Salomon dignas de ser estrenadas en los bellos pedruscos meridionales. La primera toma de contacto con aquellos senderos tortuosos como mi propia alma, me llegaron a la misma entre jadeos extenuantes y una deshidratación en estado de alerta máxima. Ascendí a las cumbres como una adolescente quejicosa para descender como una mujer hecha y derecha, con las sienes mas plateadas que Charlton al bajar del Sinai con sus tablas de cartón. De niña a mujer, que diría Julio. Recuerdo perfectamente el churro de después que compenso tan magno esfuerzo en plena vigilia de Pascua. Entre ramas de olivo y olor a incienso, me desvirgué los pies en las rocas cristianas. La carne es débil, y la mía más.

Tras esta primera vez, vino un corto periodo de abstinencia. Me calcé de nuevo las Salomon dos meses después para recibir 15 kilómetros de subida y bajada en la sierra madrileña. Provista de cantimplora, platanos potásicos y barritas energéticas, cumplí mi objetivo con excelentes resultados. Las nefastas consecuencias llegaron en forma de dolorosísimas agujetas que no remitieron hasta transcurridos 5 días, sin apenas poder mover las piernas del sofá, andando como un robot o persona con serios problemas psicomotrices. Pude resarcirme de este forzado parón en la Carrera Rock in Escorial, asomándome de nuevo tímidamente entre corredores populares y aficionados de tercera regional, que de manera simpática animaban tan pagana fiesta con sus camisetas híper rockeras y diabólicas de grupos dispares, como Los Suaves, grupo diabólico de referencia en el mas amplio sentido de la expresión. Sin un criterio musical definido, el DJ in the house pinchaba ora Los Ramones, ora Artic Monkeys sin pestañear. Pero qué diablos, en la fiesta del rock todo es posible, incluida una zona Vip Gatorade bastante desangelada donde la gente podía estirar y convidarse a unos refrescos isotónicos e incluso arrasar con las existencias de glucosa, el éxtasis liquido que no debe faltar en cualquier rave deportiva que se precie.

Y si me llegaron al alma los ascensos montañosos, se me desollaron los gemelos y el cuore en la cuesta del mismo nombre, mientras olfateaba las flores y las opíparas sardinadas que algún vecino local preparaba seguramente en su chalet unifamiliar.

Si ya me resulta difícil por el desuso mencionado unir tres frases con coherencia, la dificultad se incrementa cuando no hay un motivo definido en este texto. Los olores me servirán como nexo de unión para enhebrar este relato miscelánea; excelsos fragancias que varían desde las sardinadas residenciales al fresco azahar sevillano en la ribera del Guadalquivir (el azahar siempre es fresco), el contaminante hollín en el asfalto madrileño (el hollín siempre es contaminante), la agradable brisa atlántica (la brisa también es siempre agradable) que recibí corriendo en Donosti y más recientemente en tierras lusas. Siempre y pronto, nos quedará la mediterránea. Que ganas, madre.

Y así, mientras engullo un trozo de chocolate dark noir, sigo rememorando nostálgica mis últimos movimientos, entrenamientos y estrenamientos, plagados siempre de hermosos recuerdos, brisas, olores y ñascos.

martes, 23 de marzo de 2010

Naturalismo burgalés




Pese a mi condición de mujer de mundo, hasta el momento mi periplo deportivo ha oscilado entre el asfalto urbano y los polvorientos caminos del deshidratado sur. Ya era hora de ampliar horizontes.

Así, con Insolación de Doña Emilia Pardo Bazán bajo el brazo y los diminutos shorts de American Apparel en la maleta, pusimos rumbo a la naturaleza burgalesa más norteña, con la excusa de un cross que prometía al menos, hermosos paisajes ataviados con verdes prados. Vacas, gallinas, burros, caballos, ovejas.

Porque si el sol abrasador induce a la protagonista de la novela a padecer sofocos físicos y sentimentales, hoy he sentido como Doña Francisca Taboada que las leyes de la naturaleza nos someten implacables o compasivas a su merced. El medio determina nuestras sensaciones y emociones, nos envuelve y nos atrapa, nos insolariza o nos humedece.

La suave frescura del ambiente, la bruma sobre las montañas y tal vez, los animosos vítores de los vecinos de las villas han favorecido que mi carrera haya sido un agradable paseo, embelesada ante las vistas y el hedor de Estiércol is in the air. Embriagada ante tan estimulante naturaleza, apenas sentía fatiga ni esfuerzo, tan solo deseaba que el aire fresco rozara mis mejillas y que éstas tornaran a profundo carmesí. O bermellón, como el vino que regaron las noches de lechazo y carnaza.

Todavia presa del determinismo naturalista en el mágico entorno burgalés, volvimos a nuestro medio original regido por la inflexible ley del asfalto.

domingo, 14 de marzo de 2010

Tiempo de silencio, tiempo de pasión


Aunque más de uno debió pensar que subí a los cielos con mi querido Señor Gitane que en paz descanse, dada la escasez de posts en los ultimos tiempos,(y de visitantes en el blog como en los primeros), aquí estoy de nuevo, con la zapatilla en la mano, dispuesta a alzar la voz incluso entre aquellos desertores que se agarraron a causas perdidas y enfrentamientos de 1º de básica en este patio de colegio que se llama blogosfera.

Y es que mi silencio se produce fundamentalmente por dos motivos; el primero, porque creo que este tema es ya territorio estéril, y en segundo, porque tras más de dos años de relación, de amor al running, de afición y sacrificio, uno ya no tiene aquella imperiosa necesidad inicial de proclamar a los cuatro vientos que uno encontró la horma de su zapatilla. Si como decía el Señor Ortega que el amor, es la fijación/observación continuada a un objeto/sujeto, aquí el objeto en cuestión es el running.

Tras aquel encuentro pasional en la San Silvestre de 2007, mi mente fijó como objetivo y objeto el running popular, soñando con él mientras limpiaba afanosa el bigote de un langostino, el amor empezó a crecer mientras las mariposas revoloteaban/correteaban a mi alrededor tratando de perseguirlas con cierta asiduidad desde hace ya más de 2 años una media de 3 veces a la semana, con suerte.

Y mi amor desbordado exigía una continua dedicación verbal y física, inmumerables brasas a quien se acercaba a mi alrededor, odas de admiración con invitación a practicar tan noble deporte bajo el calor de la barra del bar, (o en el Camacho, templo del birrismo y de la cirrosis galopante) mientras los posts se agolpaban uno tras otro deseando salir al exterior; tantas primeras experiencias que compartir, tantas consejos pataliebrescos que escuchar, tanta tonteria que contemplar. Sentía que mi amor era compartido por otros anonimos desconocidos de esta secta, que palpitaban como yo, con cada entrenamiento y cada carrera popular.

Y ahora que, en breve es tiempo de capirotes y otras sectas mas oscuras que ésta, soy consciente que no preciso de cantes de saeta constantes, de manifestaciones continuas con apariencia de post, el running forma parte de mi vida y cuento con ello como algo esencial, como quitakilos y quitagobios, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad...

...todos los días de mi vida, una media de 3 veces a la semana, con suerte.

jueves, 21 de enero de 2010

La teoría de la curva y la recta




Una vez al año no hace daño, ...o quizás una vez al mes, como lo ves?

Si el running es disciplina, mantener un blog abandonado de la mano de dios es también una tarea harto complicada y que requiere de una férrea voluntad para ser actualizado con cierta periodicidad.

Así que, para llevar a cabo esta vaga declaración de intenciones, tiro en este preciso momento de la papelera mental de reciclaje para rescatar algunos temas que pasaron por mi cabeza pero no por mi editor de texto habitual.

Desde que comencé en ésto, siempre me vino de manera fugaz la teoría de la curva y la recta. Mi nula disposición a recorridos circulares en contraposición a la querencia por trayectos lineales me hizo reflexionar acerca de la psicología del running. Porque no sólo de camisetas técnicas y plantillas pronadoras vive el corredor; detrás de tanta bolsa y tanto traumeel, se esconde toda una filosofía del pensamiento deportivo que nada tiene que envidiar a planteamientos estructuralistas o ideologías quinquis incluso.

Correr en círculo implica pensar de modo circular; las ideas se atropellan entre sí, no hay punto de partida ni punto final, el bucle se plantea infinito y merma las capacidades psicológicas del corredor. Correr en recta significa pensar en modo lineal, los pensamientos vienen de forma lógica y somos más capaces de resolver nuestras ecuaciones y problemas mentales. Principio y fin.

En ésta teoría de la curva y la recta, también intervienen los factores aplastantes relacionados con la situación física. Resulta casi imposible claudicar en mitad del camino con la mochila sobre los hombros y dejando atrás un camino regado de esputos como las miguitas de pan que dejaba Garbancito en el cuento. A 6 kilómetros de casa y portando en el mejor de los casos, una billetera semivacía y un ajado metrobus que utilizar en la estación de Retiro, parada intermedia en mi itinerario, o si lo prefieren, odisea de tintes homéricos a bordo de unas New Balance de última generación.

Nada me supone más placer que finalizar mi largo viaje para descubrir el rostro de Penélope, esperándome con una sonrisa en los labios. Y ese es mi principio y fin.